jueves, 5 de noviembre de 2009

Neurología vs Psicoanálisis





Cuando Freud introdujo su idea fundamental de la libido y de que la mayoría de los procesos mentales que a diario determinan nuestros pensamientos, sentimientos y voliciones ocurren inconscientemente, sus contemporáneos la rechazaron por imposible.

Pero hoy las investigaciones confirman cada vez más la existencia y la importante función de los procesos mentales inconscientes. Por ejemplo, la conducta de pacientes incapaces de recordar conscientemente sucesos acaecidos después de que se les dañaran ciertas estructuras cerebrales codificadoras de la memoria se halla a las claras influida por esos sucesos “olvidados”.
Los neurólogos cognitivos interpretan estos casos bosquejando dos sistemas mnémicos diferentes, uno que procesa la información “de modo explícito” (conscientemente) y otro que la trata “de modo implícito” (inconscientemente). Pues bien, Freud dividió la memoria de la
misma manera.

Se han identificado también sistemas de memoria inconsciente que intervienen en el aprendizaje emocional. En 1996, en la Universidad de Nueva York, demostró LeDoux que bajo el córtex consciente hay una vía neuronal que conecta las informaciones de la percepción con las primitivas estructuras del cerebro que generan las reacciones de temor. Como esta vía elude el hipocampo —generador de los recuerdos conscientes—, los acaecimientos presentes suscitan de ordinario recuerdos inconscientes de sucesos pasados que tuvieron importancia emocional; por eso se producen sentimientos conscientes que parecen irracionales, como, digamos, una animadversión hacia quienes lleven barba.

La neurología ha demostrado que las estructuras cerebrales principales de las que depende la formación de los recuerdos conscientes (explícitos) no funcionan durante los dos primeros años de la vida, proporcionando con ello una elegante explicación de lo que Freud llamaba amnesia infantil. Tal y como Freud conjeturó, no es que olvidemos nuestras primeras impresiones mnémicas, sino simplemente que no podemos evocarlas, hacerlas venir a la consciencia. Pero esta impotencia no impide que aquellas impresiones afecten a los sentimientos y a la conducta del adulto. Sería difícil encontrar un neurobiólogo experimental que discrepe de que las primeras experiencias, sobre todo las que se dan entre una madre y su bebé, influyen en las conexiones cerebrales hasta el punto de configurar los fundamentos de nuestra personalidad y nuestra futura salud mental. Y, sin embargo, ninguna de tales experiencias puede ser conscientemente rememorada. Se va haciendo cada vez más claro que gran parte de nuestra actividad mental está motivada inconscientemente.

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